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Materiales de Construcción Basados en Micelio

Mientras el mundo construye castillos con la misma soltura con que se desenreda una maraña de cables, emerge una propuesta que desafía la gravedad del cemento y la lógica: materiales basados en micelio, esa red neural que en las entrañas de la tierra se comporta más como un artista de sombras que como un simple filamento orgánico. En lugar de adoquines o plásticos endurecidos, estamos tocando la piedra que respira y crece, como si la naturaleza hubiera decidido, en su insaciable deseo de reinventarse, tejer paredes con hilos de hongos que parecen haber olvidado su pasado microscópico para pensar en construir. La fantasía de un muro que no solo es sólido, sino vivo, vibra con la promesa de un futuro donde las estructuras se curan like un animal herido, y evolucionan sin necesidad de intervención humana.

Para los expertos, el micelio no es simplemente una masa de filamentos, sino un cerebro en movimiento, capaz de redescubrirse en la forma de un material constructivo. Imagina una ciudad donde los edificios crecen como hongos gigantes, surgiendo del suelo con estructuras que no requieren máquinas ruidosas ni extracción de minerales exóticos, sino que se desarrollan en armonía con su entorno. En Hiroshima, un proyecto experimental dejó que micelios en samosas de salvado y residuos agrícolas formaran cúpulas habitables, demostrando que la arquitectura puede ser un organismo viviente, capaz de adaptarse y regenerarse. El aprecio por estos materiales merma la huella de carbono, pero también plantea desafíos: ¿qué sucede cuando una estructura de micelio decide tomar un camino distinto, deshacerse o crecer en otra dirección? La clave reside en entender sus propias leyes, que parecen dictar que la vida, en todas sus formas, se niega a ser estática.

Comparar el micelio con una estructura de red social en expansión no es solo una metáfora: es la esencia misma de su potencial. Cada filamento conecta con miles de otros, formando una red que es más que la suma de sus partes, como un cerebro colectivo que aprende de sus errores y se fortalece. La tendencia actual de incorporar micelio a la construcción requiere entender estas relaciones en un nivel casi filosófico: no basta con el material, hay que entender la manera en que crece, se adapta y, en última instancia, decide su propia existencia. Un caso inusitado es el de la firma Biohm, que desarrolló un aislante térmico que se autopropaga a medida que las condiciones cambian, en lugar de requerir reemplazo o mantenimiento constante. La maravilla no reside solo en la innovación, sino en la posibilidad de que esas estructuras sean, en esencia, organismos que interactúan, aprenden y, en ocasiones, se autogestionan con el mismo nivel de autonomía que algún día concederemos a nuestras propias ciudades.

Se han registrado casos en que micelios utilizados para construcción han acompañado a comunidades rurales en Sudamérica, donde las técnicas ancestrales se encuentran con la ciencia moderna en una danza de pasado y futuro. Se crearon parques con paredes que se renovaban a sí mismas, eliminando residuos y retornando a la tierra nada más que partículas de vida revitalizada. La historia concreta que puede ilustrar esta tendencia suma a una antigua hacienda en Uruguay, donde un arquitecto local logró que los muros de micelio soportaran la lluvia, el viento y el paso del tiempo, sin necesidad de pintura o recubrimientos artificiales. La estructura no solo resistía, sino que parecía respirar con el paisaje, al igual que un árbol se funde en su entorno en una unión casi mística, como si las paredes mismas intentaran entender su propia existencia.

El desafío técnico y ético radica entonces en si podemos tratar al micelio como un simple material o si debemos reconocer en él un compañero orgánico. La narrativa que emerge no es una de dominación, sino de coexistencia, donde las construcciones no solo habitan el espacio, sino que participan en un ciclo que liga la criatura al entorno en una coreografía de constante transformación. La percepción de que el material crece, se cura y tal vez, algún día, decida deshacerse por sí mismo, abre una puerta a una arquitectura que no solo habita en el mundo, sino que participa en su propio proceso evolutivo, como si la construcción misma fuera un acto de conciencia emergente, donde las paredes son cerebros en crecimiento y los cimientos, una red de pensamientos en expansión.