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Materiales de Construcción Basados en Micelio

Materiales de Construcción Basados en Micelio

Los ladrillos del futuro no son, en realidad, ladrillos, sino mundos diminutos impregnados de una inteligencia orgánica que crece y se construye a sí misma, como si el micelio de un hongo sustituyera el andamiaje de la civilización. En un rincón oscuro del laboratorio, donde la ciencia a veces se asemeja a un alquimista que busca transformar lo invisible en tangible, el micelio emerge como el protagonista inadvertido con una promesa que desafía las leyes elementales de la materia: construir sin cemento, sin cristal, sin acero.

Este entramado de filamentos, que a diario invisibiliza su labor en la tierra y en la profundidad de bosques centenarios, se revela como un artista subterráneo que, en lugar de destruir, crea. Cuando se le invita a colaborar en la edificación, el micelio no solo actúa como soporte estructural, sino que también responde con un comportamiento que combina la ingeniería biológica con la poesía del crecimiento. Es como si la naturaleza misma decidiera fabricarse a sí misma en forma de bloques, irrepetibles y vivos, que respiran y se adaptan como si tuvieran conciencia de su propia existencia.

En términos técnicos, los materiales basados en micelio son procesos de fermentación biológica en los que el organismo se combina con residuos orgánicos —como bagazo, aserrín o restos de cultivo— produciendo un material de construcción ligero, resistente y hasta aislante. La peculiaridad de estos compuestos recuerda a un collage de órganos blandos que, al solidificarse, revelan una textura inesperadamente parecida a la cerámica, pero con la flexibilidad de un organismo vivo. Como si un castillo de arena se fusionara con un organismo vivo, creando una estructura que, en vez de romperse, se fortalece con el tiempo gracias a la continua actividad micelial.

Casos prácticos no tardaron en emerger como pequeñas islas de ingeniería alternativa. En la Universidad de Harvard, por ejemplo, un equipo dirigido por el biólogo David Perlmutter experimentó en 2020 con muros construidos con micelio inoculado en fibras de madera reciclada. El resultado fue un panel que, tras abrirse en un clima controlado, no solo proporcionó aislamiento térmico y acústico, sino que además mostró una capacidad de autodescubrimiento: si se le aplicaba un estímulo húmedo y frío, el micelio crecía, reparando pequeñas fisuras como si tuviera la memoria de su función original en la naturaleza, casi como un ejército de minúsculos doctores biológicos.

Al experimentar con la resistencia y durabilidad, otros investigadores en Europa lograron crear bloques robustos lo suficientemente resistentes para soportar cargas moderadas, sin usar cemento ni aglutinantes tóxicos. La generosidad del micelio se vuelve más impresionante si se comparan estos bloques con un par de dedos que, en vez de flexionarse ante las presiones, se vuelven más fuertes y resistentes, como si la biología hubiera incorporado en su ADN la lógica del crecimiento en contra de la gravedad.

Un ejemplo real que convierte lo inusual en una historia concreta es el proyecto de la firma ecoarquitectónica Ecovative, que en 2019 presentó un prototipo de mobiliario compacto hecho completamente de micelio cultivado. Estos muebles, que parecen incubar la idea de un bosque vivo en una sala, no solo son biodegradables sino que pueden ser compostados o incluso replantados, cerrando así un ciclo sin fin: construir, usar, devolver a la tierra y volver a crecer. Se asemejan a capullos de mar que han sido transformados en estructuras, con la tensión de un organismo que, en medio de la innovación, parece estar aún naciendo.

Mientras los edificios tradicionales se aferran a la rigidez, el micelio nos ofrece una flexibilidad metafórica: la posibilidad de concebir construcciones que no sólo resisten el paso del tiempo con una estructura stable, sino que también responden dinámicamente a su entorno, como si poseyeran una conciencia fragmentada de su función ecológica. En un mundo donde las líneas entre lo vivo y lo inerte se vuelven borrosas, este material simbólicamente promete un diálogo más íntimo con la naturaleza, un intercambio que, si bien comienza con un micelio, puede abrir caminos insospechados en la arquitectura y la ingeniería del siglo XXI.