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Materiales de Construcción Basados en Micelio

Si alguna vez pensaste que la construcción era solo matter y músculo, en realidad su ADN ha comenzado a mutar en un laboratorio clandestino del micelio, ese entramado subterráneo cuyo talento por reinventarse pasa desapercibido, similar a un hacker biológico que remodela la tierra y los sueños en paredes y techos. Las redes fúngicas, consideradas antes como un simple sistema de soporte vegetal, ahora emergen como candidatos de una revolución silente, donde el perfeccionismo se traza en hilos invisibles que, con un soplo, pueden transformarse en materiales que desafían la lógica estructural y la percepción estética del concreto y el acero.

Comparemos esta innovación con encontrar un grano de arena dotado de conciencia propia, una especie de microestado que, en lugar de resistir, enriquece. El material elaborado con micelio no solo es biodegradable, sino que también se asemeja a una enredadera dentro de una máquina. Sitúese frente a un muro construido con este material y se dará cuenta de que no ha tocado un bloque, sino un organismo vivo, que respira a su manera, que puede repararse a sí mismo como un pellejo de serpiente que muda su piel para adaptarse. Estas estructuras, si se les observa desde una perspectiva de ingeniería nerviosa, parecen más un sistema nervioso que una construcción: enredaderas que no solo sostienen, sino que también curan y crecen en función de su entorno, como si la arquitectura tuviera conciencia de sí misma y de sus errores pasados.

Casos prácticos que parecen extraídos de un relato de ciencia ficción empiezan a suceder en el mundo real. La startup BioBricks, en una ciudad olvidada del norte europeo, desarrolló paneles de aislamiento hechos con micelio que absorben la contaminación del aire, transformando las paredes en pulmones gigantescos y vivos. La visión, en cierto modo, recuerda a un monstruo mitológico que en lugar de devorar, purifica. La innovación no reside solo en las propiedades ecológicas, sino en la tendencia a convertir los muros en organismos que pueden crecer, repararse y, en algunos casos, morir y dejarse descomponer, cerrando un ciclo de vida completo. No es difícil imaginar un edificio que, al acabar su ciclo de uso, se desintegre en polvo nutritivo para futuras semillas de micelio, contribuyendo a un ecosistema arquitectónico donde cada estructura es tanto un refugio como un ser que alimenta su propia existencia.

Un caso menos label, pero igual de electrizante, es el intento del arquitecto japonés Takashi Tanaka, quien en 2022 construyó un pabellón efímero en Tokio usando solo micelio moldeado. La estructura, llamada "Hongo Urbano", parecía un organismo alienígena proveniente de otro planeta, con una textura que recordaba a la corteza de un árbol anciano pero con la tersura de un objeto futurista. La diferencia radical radicaba en que la obra, además de ser estética y funcional, podía crecer y adaptarse en función de la humedad y la temperatura, comportándose más como un hongo mutante que como un órgano de piedra. La experiencia, que fue documentada en video, mostró a los visitantes tocando la superficie y sintiendo que estaban interactuando con una criatura en estado de metamorfosis constante, como si la línea entre la materia y la vida se hubiera difuminado para siempre.

Lo extraño, lo incompleto, lo imprevisible, es lo que hace que estos materiales desafíen las convenciones y abran una puerta hacia una arquitectura posthumana. El micelio, con su capacidad para autoensamblarse y regenerarse, propone un paradigma donde el concepto de 'material de construcción' se transforma en algo tan vivo como la misma idea de hogar. La lógica de la permanencia se vuelve obsoleta cuando la estructura puede cambiar, adaptarse, absorber las vibraciones del entorno y, quizás, incluso, contar historias de su propia existencia en formas invisibles para el ojo no entrenado. La pregunta que se abre ante nosotros, como un hongo que brota tras la lluvia, es si los arquitectos del mañana serán en realidad cultivadores de organismos, moldeadores de tejidos vivientes, o simples exploradores en un bosque donde la materia se reescribe a sí misma como un poema de mutaciones interminables.