Materiales de Construcción Basados en Micelio
Las fibras invisibles de un mundo en crecimiento, donde el tejido es tejido por hyphae en lugar de fibras convencionales, están reescribiendo las reglas del juego constructivo: los materiales basados en micelio transgreden las fronteras de la percepción, transformando lo orgánico en la base de la arquitectura del mañana, o al menos, esa es la ambición secreta de un laboratorio en una esquina olvidada de la innovación sostenible.
Pensar en micelio como un ladrillo viviente, en lugar de una mera masa de hongos, es como intentar imaginar una escultura que se construye y se autodestruye en una danza perpetua. Esta sustancia es tan flexible que puede convertirse en paneles, paneles en mallas, mallas en capas que revisten y aíslan, haciendo que las construcciones respiren y adaptándose como la piel de un organismo en constante metamorfosis. El micelio no es solo un material; es una red de conexiones, un sistema nervioso vegetal que puede ser programado para crecer y formar estructuras con la precisión de un cirujano, o tal vez con la pasión de un artista que traza su obra en el orden caótico del crecimiento biológico.
El caso práctico de la Universidad de Harvard, donde investigadores lograron crear una especie de "burbuja viva" capaz de soportar presión y ofrecer aislamiento térmico, parece salido de un relato de ciencia ficción, pero es una realidad que marca un posible punto de inflexión. La estructura, llamada "MycoTecture", no necesitó más que micelio, agua y un poco de paciencia para crecer en una forma que recuerda a la espuma de una ameba en plena expansión. Aquí, el micelio no solo actúa como un material de construcción, sino que también posee capacidad de autocuración, cerrando grietas como si fuera un tapicero natural que diagnostica y repara en tiempo real.
Este enfoque no es un capricho: la biomimicría, esa ciencia que copia la naturaleza para resolver problemas humanos, encuentra en el micelio su aliado más intrigante. La resistencia a las plagas y la humedad es comparable al escudo de un insectsidad medieval, pero en lugar de metales o cerámicas, es una red viva, flexible y autoadaptativa. Es como intentar construir un castillo con arena de playa, pero con la diferencia que esta arena puede crecer y fortalecerse por sí misma, como si la obra arquitectónica tuviera conciencia y voluntad propia.
El arquitecto japonés Koji Tsutsui ha explorado este poder, creando eco-ciudades en las que los edificios son esqueletos vivos, cuyo crecimiento se controla mediante patrones de estímulo eléctrico y químico. La idea suena a una mezcla entre un jardín zen futurista y una rebelión biológica contra el concreto inmutable, pero en realidad, refleja la convicción de que en un futuro cercano, las viviendas podrían ser organismos en sí mismas, creciendo y adaptándose a las necesidades humanas, incluso cambiando de forma como un amante caprichoso. La integración de micelio en las paredes no solo aporta sustentabilidad, sino que también introduce una dimensión performática: los edificios que respiran, que cambian de forma en función del clima, que pueden 'repararse' a sí mismos en una suerte de autodesgaste productivo.
Un suceso real que ejemplifica esta tendencia ocurrió en un pequeño pueblo italiano, donde un Ayuntamiento decidió reemplazar su estructura de oficina con una capa de paneles orgánicos basados en micelio. En menos de seis meses, los paneles no solo crecieron en tamaño y resistencia, sino que también requirieron un mantenimiento mínimo, ya que el micelio detectaba la humedad y ajustaba su humedad interna sin intervención externa, como un organismo que procesa información y se defiende por sí mismo. El impacto no solo fue económico, sino que generó una especie de espiritualidad en torno a la construcción: la idea de convivir con estructuras que nacen y crecen de su propio ser lleva a reflexiones filosóficas y ecológicas que en un principio parecían fantasías adolescentes.
¿Hasta qué punto ese microcosmos de vida puede ser comparado con la cerámica de la antigüedad, o con el hormigón frío de las metrópolis? La respuesta quizás está en que el micelio no busca durar eternamente, sino coexistir en un ciclo donde lo que se construye no es solo un objeto, sino una promesa de continuidad y transformación orgánica, como si la ciudad misma fuera un organismo vivo y consciente, capaz de aprender, curar y crecer en sincronía con quienes la habitan. La paradoja consiste en que, en un mundo saturado de materiales inertes, el material que crece puede llegar a ser más sólido en su vulnerabilidad, más resistente en su flexibilidad, ofreciendo un futuro donde las construcciones no solo contienen vidas, sino que son vidas en sí mismas, enredadas en la complejidad de un cosmos microbiano.