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Materiales de Construcción Basados en Micelio

¿Alguna vez has pensado en que los edificios podrían ser tanto organismos vivos como recuerdos de una bakteria vegetal en un banquete de expansionismo? Los materiales de construcción basados en micelio, esa maraña subterránea de filamentos que suele ocultar, bajo la tierra, secretos que parecen sacados de un sueño de biotecnología, están convirtiendo la arquitectura en un ballet de tejidos orgánicos. Estos hongos filamentosos, que en la naturaleza conectan raíces y en la construcción unen ladrillos con una precisión de cirujano, prometen transformar no solo cómo levantamos muros, sino también cómo dialogamos con el entorno, casi como si las paredes respiraran, compartieran memes o tuviesen voz propia en una conversación que nunca termina.

Para el experto en materiales, la idea de un muro de micelio es como contemplar una especie de organismo autónomo, capaz de autorepararse en medio de una tormenta de ácido o de crecer hacia la luz en una danza mitocondrial. Es un material que puede ser moldeado, cortado, inserido en moldes—todo sin la necesidad de ferretería o cemento que, en una ironía coral, son los ancestros que ahora temen ser reemplazados por un hongo cuidadosamente cultivado. Observando de cerca, la estructura fibrosa se asemeja a una red neuronal vegetal que, en lugar de transmitir shocks eléctricos, transmite información eficiente, ecológica y en perfecta sintonía con la idea de una arquitectura viviente.

En un caso paradigmático, la startup EcoMycelia experimentó en 2022 con la construcción de un pabellón temporal en el corazón de Barcelona, donde las paredes crecieron rápidamente en una especie de orgía microbiana diseñada para absorber CO2 y producir biopolímeros resistentes a la corrosión. La estructura no solo era resistente, sino que actuaba como un órgano respiratorio del espacio habitable, filtrando gases nocivos con la misma dignidad con la que una langosta pule sus pinzas. La integración de micelio en la arquitectura transforma la percepción, haciendo que los edificios no sean solo recipientes, sino seres con una personalidad biológica que puede evolucionar, adaptarse y, en algunos casos, incluso sentirse en el ambiente —como si respirar fuera parte de un proceso de metamorfosis arquitectónica.

¿Y qué decir del potencial en la reparación? La maravilla no radica solo en su capacidad de crecer, sino en su habilidad de cicatrizar heridas. Cuando una pared de micelio construida por un artista bioarquitecto en un taller experimental en Berlín fue expuesta a pequeños impactos, el material reaccionó como si tuviese un sistema nervioso: en unas horas, las grietas se rellenaron, casi como si el propio material tuviera memoria y voluntad de mantenerse intacto. Estos fenómenos invitan a pensar en un futuro donde los edificios no sean monumentos inmutables, sino entes en constante estado de autoconciencia, aprendiendo a ajustarse y fortalecerse tan rápidamente como una mutación genética que se ajusta a su ambiente.

Datos concretos, como los estudios del laboratorio de la Universidad de Cambridge, muestran que las paredes de micelio pueden reducir en un 80% la huella de carbono en comparación con los métodos tradicionales. Sin embargo, esa reducción no alcanza a ser solo una ventaja ecológica; se convierte en una declaración de intenciones, un acto simbólico que desafía la visión de la construcción como acto de extracción y explotación. Aquí, los hongos dejan de ser seres secundarias en el ecosistema para jugar un papel principal, construyendo la estructura misma de nuestro entorno y, quizás, reescribiendo la definición misma de lo que significa habitar un espacio.

¿Hasta qué punto la biología puede inspirar la innovación material? La respuesta quizás la tenga un edifico en Suecia que, en lugar de ser un mero refugio, funciona como una especie de órgano filtrante en la interfaz arquitectura-naturaleza, enredado en una red de micelio que conecta no solo su estructura, sino también a sus habitantes, en un entramado de respiración y pensamiento. La materia orgánica, que antes parecía frágil y efímera, ahora sugiere una reconstructabilidad en la que el ciclo de vida y muerte será una constante, danzando en la frontera entre la ciencia ficción y la realidad tangible. Antes que construir con piedra, quizás algún día construiremos con conciencia, con la maraña del micelio guiando nuestro camino entre los escombros del pasado hacia un futuro que crece desde su propia raíz interna, como un árbol que nunca deja de expandirse—un árbol que, en realidad, no deja de crecer en todos lados, horizontal, vertical, hacia abajo y hacia arriba, en una sinfonía de crecimiento que desafía todas las leyes de la inmutabilidad humana.