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Materiales de Construcción Basados en Micelio

El micelio, esa red inmaterial de filamentos invisibles, se revela no solo como la nebulosa del reino vegetal, sino como una tapiz que puede transformar la materia sólida en algo más que simple estructura: en un organismo en expansión, un susurro de vida que se arma y desarma, que crece y se desliza entre los muros como un secreto de la naturaleza. Poner un suelo de micelio en un edificio es como intentar domar un rio que ansía expandirse, una lucha constante entre la estabilidad y la ingravidez de un sistema que, en esencia, no quiere detenerse.

Los materiales de construcción tradicionales han estado anclados en la piedra, la madera, el cemento, como reliquias de una era donde la durabilidad era sinónimo de resistencia, pero en realidad, eran también cárceles para la circulación del aire, fábricas de residuos, ecosistemas cerrados que, en su perfección artificial, ignoraban las leyes de equilibrio de la propia vida. El micelio - esa red de hilos extremadamente delgados, que más que una estructura es un pensamiento que crece—ofrece la oportunidad de emigrar hacia un sistema tejido por la respiración de la tierra misma. Modificar la percepción del peso, hacer que los muros sean respiraderos vivos, y que en la arquitectura no solo encoja un espacio, sino que también exhale vida propia.

Uno de los casos más sorprendentes viene de un experimento desarrollado en la Universidad de Copenhague, donde un equipo dirigido por la experta en biotecnología Ellen Sørensen logró construir un pabellón completo con paneles de micelio compuestos. La estructura, que parecía más un caparazón de un hongo gigante que una edificación, soportó vientos de hasta 80 km/h, y durante meses mantuvo la temperatura interna sin nada más que su propia humedad natural. La clave no radicaba en sustituir materiales, sino en activar esa red de hilos para que se autoereccionara y se autoreparara, como si fuera un organismo con capacidad de metamorfosis constante.

¿Podría, entonces, un muro de micelio actuar como un pulmon, filtrando sonidos y contaminantes al mismo tiempo que velas como un refugio en medio de la ruina urbana? La comparación que otro experto hizo fue con un tambor que vibra en sintonía con el ambiente, pero en lugar de ser un mero receptor, se convierte en un generador de armonía. El micelio se comporta, en ese sentido, como un DJ biológico que mezcla tierra, agua y carbono en una sinfonía invisible, arrojando una partitura en cada célula, cada filamento en sus más recónditos recovecos.

Un proyecto particular en Japón, donde los terremotos azotan la tierra con un ritmo impredecible, ha puesto a prueba la resistencia del material micelial. La idea no solo era construir una pared flexible, sino un auténtico músculo de la estructura, capaz de absorber sacudidas sin romperse. El resultado es una pared que, ante la fuerza de un sismo, se despliega en ondas suaves, como si respirara, disipando la energía en movimientos controlados, más parecido a un animal que a una construcción de hormigón. Algo que, en realidad, desafía toda lógica de resistencia convencional, y que parecía un relato de ciencia ficción hasta que se convirtió en realidad palpable.

El debate entre la permanencia y la transitoriedad en la arquitectura toma un rumbo impredecible cuando el micelio aparece como protagonista. ¿Es un material efímero, destinado a ser una fase transitoria del edificio ecológico, o puede convertirse en la médula que una todo, en un esqueleto vivo? La respuesta podría germinar en un momento en que los arquitectos aprenden a entender y mimetizarse con esa red que, en lugar de ser un mero soporte, se convierte en coautor de cada obra. Como un gusano que, en su movimiento, deja marca en la materia, el micelio podría ser el editor de su propia obra, en una danza armónica con el entorno y sus usuarios.

El potencial de estos materiales reside, entonces, en la paradoja de que lo vivo puede ser más duradero que lo hecho por la mano del hombre, y aún así, esa durabilidad no reside en la eternidad, sino en la adaptación, en la capacidad de transformación. En un mundo donde los desastres climáticos empeoran y la escasez de recursos se vuelve moneda de cambio, el micelio emerge como un alquimista de la construcción, tejedor de un futuro donde las paredes no solo se levantan sino que respiran, crecen y se despiden en un ciclo perpetuo de renovación.